sábado, 29 de mayo de 2010

DÍAS DE FE
Una vez mas regresaba a Huallanca, Tierra Hermosa, Rica y Generosa, así reza un desgastado anuncio que da la bienvenida a los viajeros, ubicado a la entrada del poblado; con este viaje calculo que debo estar regresando a Huallanca mas o menos unas 200 veces desde aquella tarde con aguacero de 1974 en que salí de este mi querido terruño por primera vez, aunque hubo una oportunidad que a la edad de 8 años hice un viaje relámpago como polizonte a la ciudad de Lima, en el camión que mi padre solía transportar reses a los mataderos de la capital, si, como polizonte , pues mi viejo me descubrió ya en pleno viaje cuando subió a verificar el estado de las reses, y yo me encontraba acurrucado y cubierto con una gruesa manta en la “canastilla” de aquel camión. caballero nomas soporté la correspondiente llamada de atención por tan osado acto.
Retomando lo anterior; mi regreso a Huallanca era esta vez para pasar la Semana Santa, El clima no se mostraba estable, pues llegamos acompañado de una torrencial lluvia, poco mas tarde ya el sol nos mostraba su dorados rayos con todo su esplendor.
La Iglesia Matriz y la de Carmen Alto mostraban como nunca sus puertas abiertas todo el día, es Jueves Santo, día en que los fieles acuden a la iglesia para venerar al Cristo crucificado, orar y tal vez dejar en sus rezos alguna petición para que se solucione algún problema personal.
Son aproximadamente a las nueve de la noche, y baja desde el Nevado Chaupijanca y otras montañas heladas de la Cordillera Huallanca una fuerte ventisca que golpea los rostros de la gente que casi insensibles al frío nocturno, esperan en las inmediaciones de la plaza que el señor crucificado aparezca desde el interior de la Iglesia sobre los hombros de voluntariosos huallanquinos, que ataviados con sobrios ternos, conducen el enorme anda con movimientos parcos, casi ensayados. Rompe el silencio de la noche el unísono golpeteo del bombo y platillo seguido de los demás instrumentos de la Banda de músicos que acompañará en todo su recorrido por las dos principales calles de la localidad.
La multitud acompaña todo el recorrido de la procesión, unos con cánticos, otros llevando en sus manos grandes cirios y muchos con modestas velas. Para demostrar de esa manera su fe y devoción por nuestro señor-
Al día siguiente, Viernes Santo el interior de la Iglesia se muestra cubierta por un inmenso telón negro. Expresando así el luto por la muerte de Jesús. En la tarde los fieles colman la iglesia dispuestos a escuchar las siete palabras y el sermón de las tres horas este último una costumbre iniciada en el Perú allá en el año de 1660, por el sacerdote jesuita Francisco del castillo.
Este día, me transporta a mi niñez cuando de la mano de Mamá Rosa, mi abuelita materna me dirigía a esta iglesia a presenciar el desenclavamiento de Cristo. Un ritual muy esperado, en el que todos acudían en ese entonces al templo, con vestimenta de luto es decir, los hombres con terno oscuro y las damas con vestido negro y el rostro cubierto con un tul del mismo color, nosotros los niños, estábamos prohibidos aquel día, de jugar, hablar fuerte o gritar , menos de proferir una palabrota. Seguíamos estas “reglas” a rajatabla, bueno, tiempos aquellos.
Al igual que la noche anterior, el gentío, espera ansioso soportando estoicamente el frígido clima serrano la salida del Cristo yacente. Preceden la salidas del anda: el mayordomo o encargado de la procesión que porta el estandarte con la imagen del salvador, flanqueado de dos personas que llevan cada una de ellas, grandes cirios, que finalizada la procesión, seguramente no habrán terminado de gastarse.
El mayordomo para esta noche, tuvo que ofrecerse como tal, con varios años de anticipación, pues, es tanta la demanda de los fieles para encargarse de la procesión del Cristo yacente cada viernes Santo.
Tras el anda en el que se encuentra Jesucristo dentro de un ataúd de cristal, se desplaza el anda de la imagen de la Virgen dolorosa con un vestido negro adornado con hilos de oro, esta imagen es esperada en esta oportunidad con mucha expectativa, hace casi un año esta misma imagen fue víctima de un accidental incendio, afectándola en gran medida, en esta Semana Santa reaparece en las calles luego de haber sido recuperada gracias al trabajo de expertos restauradores.
La multitud, tal como ocurre en todas las procesiones se desplazan lentamente por las frías calles huallanquinas, descansando en cada esquina, donde el sacerdote y los fieles rezan y entonan cánticos religiosos, hasta terminar el recorrido nuevamente en la iglesia Matriz, cuando los relojes marcan ya mas de la medianoche. Pese a la hora y al frio, hay quienes se animan ir a la casa del Mayordomo para participar del tradicional “Pasaremos” en donde se servirán tal vez una típica comida o un caliente y aromático café acompañado de ricos panecillos preparados especialmente para la ocasión, particularmente yo, decido irme a descansar.
Ya el domingo en la madrugada, se escucha el repicar de la campana de la iglesia, que llama a los fieles a participar a la procesión de la Resurrección. Es inevitable pese al frío extremo de la madrugada, no asistir a la iglesia para escuchar la misa que precederá a la procesión, donde el Señor resucitado al salir en su pequeña anda cargada por damas huallanquinas, se encontrará en la plaza de armas con su madre, la Virgen Dolorosa, ese encuentro es muy esperado por los fieles, pues interpretan la alegría de la Virgen María al ver a su hijo cambiándose el manto negro que llevaba en señal de duelo, por uno de color blanco igualmente adornado con hilos de oro y pedrería fina. Luego el Cristo resucitado, la Virgen, y la multitud emprenden una vez más por las calles de Huallanca la lenta procesión que terminará cuando las estrellas en el cielo ya no se noten, y empiece a aclarar un nuevo día.

1 comentario:

Cristina dijo...

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