Aprovechando el descanso vacacional de Tamya, mi pequeña hija; una vez mas salí de la bulliciosa Lima para dirigirme a la placida y tranquila Huallanca. Esta pequeña pero pintoresca población queda en las estribaciones de la Cordillera del mismo nombre, y está ubicada en un valle flanqueado por dos ríos de mediano caudal y que a su vez estos son afluentes del Marañón. Huallanca también se encuentra protegido por tres cerros : El Sagrapetaca donde se encuentran vestigios o ruinas pre-incas, el San Cristóbal que alberga en su accidentada cima, la cruz que cada mes de mayo es motivo de festejos, y por último el cerro Cachipata, que con su verdor marca la diferencia. Esto es Huallanca y por cierto los invito a visitar.
Nuestro primer día en el lugar es de sorpresa, ya que esperábamos los acostumbrados aguaceros que en esta época del año suelen caer, en lugar de eso, esta mi tierra nos recibía con un radiante sol y unas frías y hasta heladas mañanas, como si nos encontráramos en pleno mes de julio; Claro, es el clima que en estos últimos años está considerablemente alterado.
La habitación que mi madre me asigna cada vez que la visito, tiene una vista privilegiada, diría yo que “con vista al paraíso” si, y no exagero, ya que esta se encuentra en el segundo piso, cuya ventana va a dar al patio o mejor dicho a un bosquecillo de arboles nativos como el quenoal, el quisuar, el alizo, y ademàs pinos y capulíes, también en este espacio crecen unos rosales de distintos colores y mas de una veintena de diversas flores que le dan el toque de color , en un rincón y casi escondido se encuentra una palmera y un cactus como protegiéndose del frio, si, una palmera, es que este pequeño lugar en el patio de mi casa parece gozar las bondades de un micro-clima.
En Lima, muchas veces recurro al reloj despertador, en este lugar quienes me despiertan son las avecillas que trinan cerca a mi ventana, si, en los arboles y arbustos que se encuentran formando un mini bosque en el patio. Al salir ya percibo ese olor a tierra húmeda, a flores y a menta, pienso: que divina es la naturaleza; y todo este cuadro lo completa un cielo azul, cielo serrano, cielo huallanquino.
Un poco mas tarde, el sol baña con sus rayos el bosquecillo; las muy laboriosas abejas se posan de flor en flor acumulando y llevando la materia prima para la preciada miel, en otro lugar del jardín y sobre una rama de capulí veo a un colibrí como descansando para lanzarse a revolotear sobre alguna flor y beber su néctar, este pequeño pájaro parece verme y entonces me demuestra la habilidad de mantenerse en el aire batiendo sus pequeñas alas a una velocidad impresionante de 100 aleteos por segundo aproximadamente. La verdad un excelente espectáculo y que lo puedo presenciar en “zona vip”.
Todo esto, hace que desempaque de mi mochila mi inseparable cámara fotográfica y me disponga a comenzar como “aprendiz de birdwatcher”, si pues, así logro capturar en mi lente cuando este se encuentra posado sobre un quenoal, sobre un capulí y sobre todo cuando está extrayendo el néctar de una hermosa flor en pleno vuelo.
Cerca al colibrí, y embelesado o admirando tal vez sus piruetas o su colorido y tornasolado plumaje, estaba sobre una rama de pino un modesto gorrión, lo puse en la mira de mi cámara y “click”.
Desde la copa del árbol de capulí salió un bullicioso y gutural chillido, era un pícaro zorzal, que daba cuenta de las semillas y frutas de este árbol, levanté la cabeza, preparé mi cámara y ya tenía dentro del cuadro a este escandaloso pájaro de plumaje marrón, pico y patas de color amarillo intenso, logré capturarlo cuando ya se había dado cuenta de mi presencia y se alistaba a levantar vuelo.
Al día siguiente, junto con los primeros rayos del sol llegaron una bandada de alegres y bulliciosos jilgueros, inmediatamente se situaron en un gran rosal, entonces, me acerqué cuidadosamente y me camuflé en la vegetación, esperé paciente y sigilosamente a que estas avecillas mostraran su mejor ángulo para mi cámara, y creo que la espera valió la pena, el resultado fue lograr un acercamiento casi perfecto para encuadrarlo en mi lente.
A unos metros mas allá de los límites de la zona de vegetación, estaba como ensimismado en su afán de escarbar y recoger semillas o algo que le sirva de alimento, un casi desconocido y nada fotogénico pequeño pajarillo de color gris oscuro. Ignoraba quizá por el hambre, los gritos de unos niños que se encontraban jugando a la pelota a pocos metros de él, entonces, fue fácil para mí tener su imagen en mi cámara fotográfica.
Emocionantes fueron estos cortos dos días, que me enseñaron una vez más a querer a estas hermosas criaturas que la naturaleza lo alberga. Y la tristeza de solo pensar que muchas especies se encuentran en peligro de extinción.
martes, 9 de febrero de 2010
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